El botulismo es una enfermedad grave pero poco frecuente. Está causada por toxinas producidas habitualmente por Clostridium botulinum. Existen tres formas clínicas de botulismo:
- Botulismo transmitido por alimentos (forma clásica).
- Botulismo intestinal, causado por la colonización intestinal del aparato digestivo, normalmente en los lactantes
- Botulismo por heridas.
En el botulismo transmitido por alimentos aunque la persona puede presentar síntomas gastrointestinales como náuseas, vómitos o diarrea, los síntomas iniciales son una marcada debilidad y vértigo seguidos de visión borrosa y boca seca, entre otros. Los síntomas neurológicos siempre son descendentes (primero se afectan los hombros, posteriormente los brazos, los antebrazos y así sucesivamente). La parálisis de los músculos respiratorios puede ocasionar la muerte. La mayoría de los casos se recuperan si son diagnosticados y tratados precozmente. Es una intoxicación grave que resulta de la ingestión de toxina en alimentos contaminados, o en alimentos enlatados procesados inadecuadamente o en alimentos pasteurizados envasados herméticamente sin mantenerse refrigerados.
El botulismo intestinal en niños incluye estreñimiento, anorexia, succión y llanto débil, pérdida de control de la cabeza y letargo. Afecta a niños menores de un año aunque la progresión es más grave en niños menores de 2 meses. Anteriormente se conocía como botulismo infantil o del lactante y raramente se ve en adultos que presentan alguna alteración anatómica o funcional del intestino, inmunocomprometidos o en tratamiento antibiótico.
El botulismo por heridas es similar en los síntomas neurológicos, aunque estos pueden tardar hasta dos semanas en aparecer. La fiebre en caso de producirse reflejaría una infección de la herida. Ocurre cuando las esporas se introducen en una herida abierta y se reproducen en un ambiente anaeróbico. Se suele asociar a un traumatismo grave en el que la herida se contamina por tierra o grava, o a fracturas abiertas tratadas inadecuadamente.
Las principales medidas preventivas se basan en las buenas prácticas de fabricación de los alimentos, especialmente en lo que se refiere a la higiene, tratamientos de procesado y conservación. Las personas que preparen conservas caseras de alimentos deben tener en cuenta el tiempo, presión y temperatura necesarios para destruir las esporas de Clostridium productor de toxina botulínica, la correcta refrigeración de los alimentos y la efectividad de hervir las conservas vegetales caseras para destruir la presencia de toxina botulínica. Por ello, calentar las conservas caseras antes de su consumo puede reducir el riesgo de botulismo transmitido por alimentos.
Un tipo específico de toxina botulínica puede producir abombamiento en las latas o las tapas de las conservas y hacer que el contenido tenga un olor atípico. Las latas comerciales o las conservas caseras que presenten alteraciones en el envase no deben ser abiertas y los alimentos que aparenten estar en mal estado no se deben probar ni ingerir.
Para prevenir el botulismo intestinal, hay que evitar dar a los lactantes alimentos que puedan contener esporas como la miel.